Don Carlos Humberto, el crack de la 7 en su espalda, era derecho de pie, pero zurdo de cabeza. Bien zurdo.
Chico, crespo y añiñao, se las encachaba con cualquiera. No importaba si su oponente era más alto o más poderoso que él.
Para el mundial del 74, usando la roja de su selección, con las calcetas de elástico gastado a media pantorrilla y con los shorts tan cortitos como su temperamento, hizo planear a un espigado germano que segundos antes osó quitarle la esférica cerca de la mitad de cancha: ¡Roja y a los camarines! El de cabello rizado se convirtió en el primer expulsado de un mundial. Viva Chile!.
En ese mismo año, esta vez de corbata, y con la misma pachorra con que enfrento al alemán Berti Vogts, el petizo rojizo se mandó la mejor de sus fintas: se negó a jugar un amistoso contra la selección de URSS ya que esto mejoraba la imagen del golpista Pinochet, pero no la suya.
¡Se pasó, se pasó!, gritó la sala de redacción del Fortín Mapocho.
¡Ahora, y siempre!, respondió el del penal perdido en España.