La Tirana: amor sin barreras

La historia es real. O bueno, quizás.

La “tirana” lleva este nombre en honor a Ñusta Huillac, hija de Huillac Huma, último sacerdote inca, quien en rebelión a la cristianización que llevaba a cabo Diego de Almagro en 1535, escapó junto a otro grupo de indígenas a la calurosa Pampa del Tamarugal.

Ñusta, ya consagrada reina por sus followers, capturó a un tincudo Vasco de Almeyda, del cual al paso del tiempo, terminaría enamorándose perdidamente y convirtiéndose al catolicísimo solo para intentar salvarlo de la ejecución que se le venía.

Cuentan las malas lenguas que las flechas que recibió el prisionero alcanzaron también a su amada tirana, y que ella, justo antes de ver la luz al final del túnel, pidió ser enterrada en la pampa junto a su portugués preferido con una cruz cristiana en su sepultura.

¿Y todo eso para nada? Casi.

Tanto fue el impacto de la muerte de la influencer indígena del siglo XIV, que el evangelizador Fray Antonio Rondón al llegar al lugar del hecho años después, al ver un arcoíris justo en la tumba de los tortolitos, decidió levantar una ermita dedicada a su Virgen del Carmen (por el escapulario que llevaba siempre consigo), que fue posteriormente convertida en Iglesia: La iglesia de la Reina del Tamarugal. La mismísima Ñusta, la tirana, lugar donde hasta hoy la celebran bailando y llevando mascaras como las que nosotros homenajeamos en poleras. ¿Qué tal? Un lindo amor sin fronteras.

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